Comentario
Buscar un comienzo verosímil para describir la arquitectura contemporánea plantea tantos problemas como intenciones puedan esconderse en cada historiador. Lo hemos podido comprobar tanto en las historias canónicas, en las que se insistía en diferentes pioneros, como en otras más recientes y críticas en las que el comienzo teórico y figurativo se establecía en torno a 1750, pero también hay quien lo ha situado convincentemente en las últimas décadas del siglo XVII francés, sobre todo en relación a la propia crisis del Clasicismo contenida y planteada en la famosa quérelle entre antiguos y modernos. En términos aparentemente cronológicos también puede afirmarse que la arquitectura contemporánea comienza en 1900, aunque se trata de una fecha que significa demasiadas cosas a la vez.En efecto, porque desde la atalaya de ese año el origen de la arquitectura contemporánea podría situarse en fenómenos con frecuencia contradictorios entre sí, ya se trate del Art Nouveau, de la tradición Beaux-Arts, de las diferentes permanencias de lo Clásico, de las tradiciones vernáculas, de los modernos debates entre arquitectura y técnica propiciados por la revolución industrial y los cambios sufridos en las técnicas de la construcción. Pero también las nuevas condiciones sociales y urbanísticas, la nueva idea de la metrópoli, las tradiciones académicas, populares o historicistas, pueden constituir una buena excusa para las diferentes historias que se cruzan o coinciden a lo largo del siglo XX. Y, en este contexto histórico y metodológico, no parece inoportuno elegir como posible origen una decisión formal que también es histórica y, en cierta medida, excepcional. Me refiero a la arquitectura vienesa de comienzos de siglo.